Estudiando a los 30
Mi nombre es Jorge Contreras. Tengo 32 años de vida, 15 de estudios universitarios, y 5 de experiencia en el ámbito de la educación. Soy Profesor de Enseñanza Media, especializado en Matemática y Ciencias Físicas egresado de la Universidad del Valle de Guatemala. Actualmente estudio un segundo profesorado, especializado en ciencias sociales e historia, y una licenciatura en matemática. Mi sueño es ayudar a mejorar el sistema educativo de Guatemala.
A todos alguna vez nos han dicho que «tenemos que estudiar para alcanzar mejores oportunidades», y es cierto —al menos para ciertos campos y rumbos en la vida—. En mi caso, yo estudio por dos razones porque quiero dedicarme a la academia, y porque me gusta.
Pero yo no tuve siempre metas tan claras —es más, ni siquiera sabía que las tenía—. Solía decir que quería llegar a hacer algo académico, pero ese «algo» era en realidad tan nebuloso y amorfo que yo no sabía decir realmente qué era. Algunas veces era algo puramente teórico, otras estrictamente comercial, y así fluctuaba en el inmenso océano de posibilidades que tenía. Esta falta de un norte claro, junto al peso de las circunstancias y la visceralidad juvenil, me dejaron varado durante mucho tiempo en una especie de limbo universitario, en el que el correr de los años me pasó llevando. No fue sino hasta hace poco que finalmente descubrí lo que quiero hacer de mi vida, cuando una persona inesperadamente creyó en mí sin conocerme, y me dio la oportunidad de incursionar en la enseñanza.
Para ser educador el sistema tiene ciertas exigencias con relación al nivel académico, y las mejores instituciones (tanto laboralmente como en prestigio) suelen ir uno o dos peldaños más arriba. Ello me ha obligado a redoblar el paso y mis esfuerzos a este respecto.
Así mismo, las carencias que he observado de primera mano en las aulas, que son consecuencia de una serie de dificultades en todos los niveles de nuestra sociedad, me han inspirado a hundirme aún más en los libros, en busca de soluciones. No digo con ello que el hacerme acreedor de un título universitario me vaya a convertir en el mesías de la educación guatemalteca. Pero sí me abrirá las puertas que debo cruzar para poder tener injerencia en esos lugares que me permitirán hacer una diferencia palpable.
Sí, estudiar una licenciatura a los 30 años no es común, y de alguna forma existe una especie de estigma hacia los estudiantes que superan la edad promedio en las aulas universitarias. La experiencia a nivel social, económico y personal es diferente —ya no sos de los que parrandean, tenés que ajustar tus horarios a un trabajo de tiempo completo, y siempre está esa vocecita que te recuerda que pudiste haber hecho esto antes si hubieras tenido tu mentalidad actual hace diez años. Sin embargo, las buenas amistades no escasean, seguís siendo lo suficientemente joven para aguantar los desvelos y la presión de cumplir con tus labores y tus clases (en donde tu experiencia del día a día viene a ser sumamente útil), y tenés la satisfacción de estar haciendo algo por ti y para ti —algo que te llevará a donde querés estar, tarde o temprano, porque tus sueños no se han muerto, solo ya les quitaste la pausa.
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